La perla by John Steinbeck

La perla by John Steinbeck

autor:John Steinbeck
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Drama, Relato, otros
publicado: 1947-12-01T05:00:00+00:00


V

Una luna tardía se elevó en el cielo antes del primer canto del gallo. Kino abrió los ojos en la oscuridad al sentir un movimiento junto a él, pero se mantuvo inmóvil. Sus ojos escudriñaron las tinieblas y a la pálida luz lunar que se filtraba por la pared de ramaje vio cómo Juana se levantaba despacio. La vio ir hacia el fogón y apartar las piedras sin ruido. Luego, como una sombra, se deslizó hacia la puerta. Se detuvo un momento junto a la cuna de Coyotito, se dibujó su figura en el umbral, y desapareció.

A Kino le ahogaba el furor. Se levantó y la siguió tan silenciosamente como ella, oyendo sus rápidos pasos hacía la playa. La vio surgir más allá de la línea de matorrales y avanzar insegura hacia la orilla. En aquel momento ella se dio cuenta de que la seguía y empezó a correr. Su mano se alzaba para arrojar su presa cuando él le alcanzó la muñeca y le hizo soltar la perla. Le pegó en la cara con el puño cerrado haciéndola caer sobre las piedras y la golpeó con el pie en el costado. A la pálida luz vio como el agua la cubría parcialmente pegando la falda a sus piernas.

Kino la miraba enseñando los dientes y silbando como una serpiente, y Juana le devolvía la mirada sin denotar temor, como una oveja ante su matarife. Sabía que había muerte en él, y que todo estaba bien, ella lo había aceptado, y no se resistiría, ni siquiera protestaría. Entonces la rabia se desvaneció en él y se vio sustituida por una aguda sensación de malestar y de disgusto. Se apartó de ella y remontó la playa hacia el caserío. Sus sentidos estaban embotados.

Al oír el ruido imprevisto empuñó el cuchillo, lo esgrimió contra la negra figura apreciando el penetrar de la hoja en la carne. Fue golpeado y cayo de rodillas, recibió otro golpe y su espalda tocó el suelo. Dedos ávidos registraron sus ropas nerviosamente, y la perla, escapándose de su mano entreabierta, rodó hasta detenerse junto a un guijarro del camino. La luz de la luna le arrancaba débiles destellos.

Juana se incorporó sobre la orilla del mar. Le dolían cabeza y costado, pero no sentía ira contra Kino. Había dicho: «Soy un hombre», y esto significaba algunas cosas para Juana. Significaba que era a medias loco y a medias dios, quería decir que Kino era capaz de medir sus fuerzas con una montaña o contra el mar. Juana, desde el interior de su alma de mujer, sabía que la montaña resistiría impávida mientras el hombre acabaría quebrantado, que mar seguiría su incansable oscilar y el hombre podía perecer ahogado. Y sin embargo, todo esto es lo que hacía de él un hombre, medio loco y medio dios, Juana tenía necesidad de un hombre, no podía vivir sin un hombre. Aunque la aturdían tan profundas diferencias entre hombre y mujer, las conocía y las había aceptado. Claro que lo seguiría a cualquier parte, sobre esto no cabía duda.



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